Si bien resulta obvio adoptar recaudos a la hora de conducir, estas precauciones pueden extralimitarse de tal manera en algunos conductores que conllevan a un grado de tensión capaz de provocar sensaciones tan negativas como desagradables.
El pánico al volante, conocido también como amaxofobia, puede llevar a algunas personas a experimentar un desgaste extra y sufrir palpitaciones, sudoración profusa, temblores y náuseas, impulsándolas incluso a dejar de conducir por completo.
Normalmente, la amaxofobia se desencadena por tres motivos: porque se ha vivido o presenciado un accidente, porque se lleva mucho tiempo sin conducir o por sentir inseguridad, ansiedad, estrés y hasta depresión. De todas maneras, sea cual sea el origen, es una fobia que puede superarse.
Un estudio que analiza esta temática, publicado en España por el Instituto Mapfre de Seguridad Vial, revela que mientras para las mujeres la manera de conducir de los demás es lo que más les estresa, para los hombres la prioridad se reparte entre esta alternativa y la disminución de las capacidades y/o habilidades físicas, situación íntimamente relacionada con la ingesta de alcohol.
En lo relativo a las medidas adoptadas ante el miedo a conducir, las mujeres generalmente optan por no estar al frente del volante y se limitan a ir de acompañantes, renunciando a viajar de noche, algo en lo que coinciden los hombres.
Entre estos últimos, el haber sufrido o presenciado un accidente representa el 40 por ciento de las causas del miedo, mientras que en las mujeres el porcentaje baja al 25 por ciento. Estos datos se relacionan con estudios hechos sobre el índice de accidentalidad, muy superior en hombres que en mujeres.
En el ámbito femenino, la amaxofobia también va ligada en un alto porcentaje con familiares que les debilitaron la autoestima, padres o maridos muy dominantes y que en sus primeras experiencias como conductoras sufrieron alto grado de estrés y ansiedad que les provocó no volver a conducir.