Debido a su estructura química, el metano es un potente gas de efecto invernadero, ya que atrapa más calor en la atmósfera por molécula que el dióxido de carbono (CO2), por lo que es 80 veces más dañino durante los 20 años posteriores a su emisión a la atmósfera.
Por tal razón, es responsable de alrededor de la mitad del incremento en la formación de ozono troposférico, un peligroso contaminante del aire.
Frente a esta preocupante realidad, la Unión Europea y los Estados Unidos de América y sus asociados (más de un centenar de países que representan el 70% de la economía mundial) se unieron para poner en marcha el Compromiso Mundial sobre el Metano, comprometiéndose a reducir de aquí al 2030 las emisiones de este gas en al menos un 30% respecto de los niveles alcanzados en 2020.
Una reducción de esta magnitud evitaría casi 0,3 °C de calentamiento para 2045 y complementaría los esfuerzos de mitigación del cambio climático a largo plazo.
A medida que los países desarrollan planes para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y evitar las peores consecuencias del cambio climático, los expertos en el tema coinciden con que resulta vital contar con un mejor control de la cantidad de metano que se libera a la atmósfera.
Observatorio internacional
Para rastrear y medir las emisiones de metano, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) inauguró en octubre de 2021 el Observatorio Internacional de Emisiones de Metano, que cataloga los vertidos y fugas del sector de los combustibles fósiles, y próximamente también hará lo mismo con los residuos y las liberaciones agrícolas.
Las industrias del petróleo y el gas son los principales productores de metano, ya que lo emiten durante la perforación, la producción y otras etapas de las operaciones. Asimismo, en determinadas ocasiones, lo liberan intencionalmente por razones de seguridad.
El sector agrícola es otro gran emisor de metano, en particular la ganadería y el cultivo de ciertos alimentos, como el arroz. Los desechos representan la tercera fuente más común de metano antropogénico, ya que las bacterias descomponen la materia orgánica en los vertederos.
Desde las Naciones Unidas se insiste con que “el gran desafío es determinar exactamente cuánto, dónde y durante cuánto tiempo se emite metano”, por lo que se apunta a crear una base de datos fidedigna, ya que en la actualidad los países sólo cuentan con estimaciones que suelen reflejar magnitudes inferiores a los niveles de emisiones reales.
Los expertos sostienen que la mejor manera de medir las emisiones de metano es mediante la combinación de conocimientos operacionales y el uso de tecnologías de cuantificación, como drones y aeronaves equipadas con sensores.
Asimismo, los satélites se están convirtiendo en un medio eficaz para detectar y medir las mayores emisiones de metano. Si bien su uso no siempre es práctico, ya que las lecturas pueden estar ocultas por condiciones ambientales como la cubierta de nubes, los bosques densos o la cubierta de nieve, son particularmente útiles para detectar y cuantificar eventos de emisión desmesurada, como las que suelen acontecer en el Golfo de México.