Desde que un niño/a comienza a asistir a clases, la escuela se convierte en su segundo hogar, un ambiente en el que seguramente experimentará vivencias de relación que marcarán su personalidad infantil e influirán de manera decisiva en su vida futura.
Está claro que muchos que atraviesan por primera vez las puertas de un establecimiento educativo sienten la lejanía de un medio familiar que le supone total protección y, de repente, se encuentran con que tienen que convivir en un nuevo ambiente en el que se reparten el tiempo de atención, los materiales, los juegos y hasta los afectos.
Así, pueden experimentar un rechazo a la escuela que si se prolonga en el tiempo puede dar lugar a una fobia, que incluya malestares psíquicos (enojo, rabia, miedo, ansiedad, angustia) y también físicos (fiebre, dolor de cabeza, trastornos de alimentación, dificultad para controlar esfínteres, vómitos, náuseas).
Para afrontar estos casos hay que tener en cuenta que la situación de compartir varias horas con adultos y niños/as que no pertenecen al núcleo íntimo requerirá un período normal de adaptación. Ese tiempo es distinto para cada niño/a por lo que nunca se debe apurar el proceso ni compararlo con el de sus compañeros.
Asimismo, debemos reconocer y trabajar nuestros propios temores, no dejando traslucir nuestra angustia al ver que crecen y pasan a una etapa de mayor independencia.
Una buena iniciativa es demostrarles alegría por las cosas que les esperan, hablarles con entusiasmo de todo lo que van a aprender, de cuánto van a jugar y de todos los amigos que tendrán con el correr de los días.

Y, de ser posible, acompañarlos al ingreso durante los primeros días de clases, pero sin prolongar excesivamente la despedida. La salida también es una buena oportunidad para esperarlos y, de camino a casa, charlar sobre cómo fue su día, qué hicieron, qué aprendieron y celebrar juntos las novedades y los avances obtenidos.