Considerada como sinónimo de calvicie, la alopecia es la pérdida anormal del cabello y puede afectar al cuero cabelludo o a otras zonas de la piel en la que existe pelo, como las pestañas, las axilas, la región genital y la barba.
La enfermedad puede clasificarse en dos grupos: las alopecias cicatriciales, con destrucción del folículo piloso y por lo tanto irreversibles, y las formas no cicatriciales, que son potencialmente reversibles.
Entre las no cicatriciales, la forma más frecuente en que se manifiesta es la alopecia androgénica, responsable del 95% de los casos y en la que hay que destacar dos factores: el genético y el hormonal. Los síntomas más comunes se centran en el debilitamiento del cabello y en la caída de más de cien pelos al día.
Existen dos patrones de afectación, el masculino con pérdida de pelo locali- zada principalmente en las zonas frontal y parietal que se manifiesta inicialmente por el retraso progresivo de la línea de implantación anterior del pelo, lo que se conoce habitualmente como entradas, con afectación más tardía de la región del vértex o coronilla.
En el patrón femenino, la pérdida de cabello es difusa, no se producen zonas de calvicie total y queda respetada la línea de implantación anterior, es decir no existen entradas.
Además de androgénica, la alopecia puede ser areata, un tipo de caída del cabello que ocasiona parches redondos. Los folículos pilosos no quedan destruidos con esta enfermedad, por lo que el pelo puede volver a crecer, si bien es cierto que son muy frecuentes las recaídas en pacientes que la han sufrido alguna vez.
Si bien a la alopecia se la suele asociar con los hombres, un número creciente de mujeres también sufre este problema. En tal sentido, un estudio reciente realizado en nuestro país indica que el 30% de las mujeres mayores de 50 años sufre calvicie como resultado de la alteración de las hormonas derivadas de la menopausia, causas genéticas y el paso de los años.