En nuestro conducto auditivo externo se encuentran las glándulas ceruminosas y las sebáceas que producen el cerumen, una secreción blanda compuesta por sustancias grasas, proteínas y aminoácidos, entre otros elementos, que protege la piel del conducto del daño producido por el agua, los traumas, las infecciones y los cuerpos extraños (incluidos insectos).
Su acumulación puede provocar los denominados tapones de cera, algo que se da en mayor medida en los hombres que en las mujeres, por la presencia de mayor cantidad de pelo en el conducto auditivo externo. También es más frecuente su formación en jóvenes por el uso de auriculares cuando escuchan música.
El ser humano es capaz de repeler el agua gracias a la cera, y por tanto no deja que se macere en la piel y que se produzca un crecimiento bacteriano.
Por esta razón su función es muy importante. Evita las infecciones por humedad, a la vez que no deja pasar agentes externos como el polvo. Además, expulsa al exterior las células muertas de la piel.
El canal auditivo externo presenta una flora bacteriana que no provoca ningún problema mientras se mantenga en su equilibrio. Sin embargo, si se altera, puede dar origen a una infección, aumentando la producción de cera y formando un tapón.
Por lo general, un tapón de cerumen no tiene por qué conllevar dolor, aunque provoca la obstrucción del conducto auditivo, reduciendo la capacidad auditiva (pérdida de audición) y originando molestias.
El émbolo de cera debe ser extraído por un especialista médico, y solo lo realizará en el caso de que no haya una inflamación, lesión, o una perforación del tímpano. De ahí que sea fundamental una exploración de esta parte del oído por parte de un profesional.

A este análisis previo se le denomina otoscopía. Antes de quitar este acúmulo de cera, se debe ablandar durante 5 ó 6 días aplicando un producto específico, que no debe producir ninguna molestia. Una vez se haya extraído, se debe realizar de nuevo un estudio para comprobar el estado del oído.