Algunos profesionales que han estudiado las razones de la impuntualidad sostienen que aquellos que llegan sistemáticamente tarde a sus citas lo hacen porque subestiman el tiempo o no lo perciben de la misma manera que quienes acostumbran a ser puntuales.
En tal sentido destacan que el tiempo siempre se procesa de forma subjetiva, y hay muchas variables internas y externas que modulan esa percepción, desde la edad, la personalidad o el estado de ánimo hasta la complejidad de la tarea a realizar, la cantidad de información y los estímulos recibidos.
De todas maneras, no hay unos rasgos ni una personalidad característica que defina a los impuntuales.
Están los que lo son simplemente porque sus padres siempre llegaban tarde y han aprendido esa conducta, reforzada a lo largo del tiempo; los que por otro lado lo son por falta de atención, por olvidadizos y porque les cuesta gestionar el tiempo y la agenda, y otros en los que la impuntualidad está ligada a ciertos rasgos patológicos de personalidad.
En este último aspecto, hay quienes llegan sistemáticamente tarde porque creen que pueden permitírselo, porque estiman que su tiempo vale más que el de los demás, para llamar la atención o para no tener que iniciar conversaciones con los que van llegando.
Si bien se acostumbra a relacionar la impuntualidad también con cuestiones éticas y a menudo se califica como falta de respeto, en realidad la mayoría de los que llegan tarde reconocen que no les gusta hacerlo y querrían luchar contra ello, pero les cuesta porque es un hábito muy interiorizado.
Especialistas en la materia sostienen que corregir la impuntualidad no es fácil pero sí posible con entrenamiento y disciplina.
La clave está en poner en práctica algunos hábitos que caracterizan a quienes siempre llegan a la hora a sus citas: ser realistas en la planificación de las tareas, estimar un tiempo para imprevistos o retrasos inesperados, no tener miedo a llegar pronto, sentirse cómodos si quedan tiempos vacíos y hacer las cosas con anticipación.