Esta visita a Bahía implica una mezcla de emociones que depara una sensación agridulce, porque por un lado me gusta venir siempre, pero por otro representa una despedida y eso constituye cierta tristeza, a partir del planteo acerca de cómo seguirá la vida después de Les Luthiers”.
La reflexión corresponde al artista bahiense Jorge Maronna durante la visita que efectuó a su ciudad natal, en el marco de la gira de despedida de los escenarios del inigualable grupo humorístico, tras 56 años de éxitos dentro y fuera del país.
Virtuoso guitarrista e intérprete además de todos los instrumentos de cuerda del grupo, algunos de percusión y pocas veces de viento, Maronna señala que esta extensa trayectoria le genera “por sobre todas las cosas, mucho orgullo”.
“Fue una carrera feliz e inesperada, porque los comienzos tuvieron que ver con una cosa de aficionados muy entusiastas, que en principio no duraría demasiado. Pero con el tiempo se fue dando un crecimiento enorme, del público, de las funciones y de nuestro éxito”, resalta.
-¿Cuál cree que fue la clave para lograr tamaño reconocimiento?
-Tal vez haber hecho algo nuevo, con mucha calidad. Creo que musicalmente es eso, aunque no resultó sencillo de lograr, obviamente. Pero así sucedió y fuimos viendo el crecimiento increíble del grupo.
Haciendo un repaso por la historia de Les Luthiers, Maronna explica que el nombre del grupo fue una propuesta suya. Le parecía atinado porque “luthier” es un vocablo francés que hace referencia al artesano que construye o arregla instrumentos de cuerda, y el grupo se caracterizaba por eso.
“Hoy la gente ya conoce un poco más el significado, pero cuando empezamos nos decían: ‘¿luthier? ¿qué es eso?’”, rememora.
-¿Recuerda algo de la primera vez en un escenario con este grupo?
-La primera vez ni siquiera fue un escenario, sino un salón de una editorial para una reunión privada. Ese fue nuestro modesto debut, dominado por los nervios, pero resultó muy importante para nosotros.
-¿Cambian las sensaciones con el paso de los años?
-Siempre hay una inquietud latente, a pesar de que nosotros tuvimos la suerte de repetir el mismo espectáculo durante varios años. De esa manera hay tiempo de acomodarse y aprender de los errores, mejorar y sentirse un poco más relajado que el primer día, cuando generalmente uno no entiende nada. Pero así y todo siempre hay una una inquietud: “¿cómo será hoy?, ¿saldrá mejor?, ¿lo haré como siempre?, ¿me equivocaré?”.
Maronna reconoce que el cariño del público representa una de las cosas que más ha disfrutado. En tal sentido, distingue que en Sudamérica la gente es más efusiva, más expresiva y ruidosa, mientras que en España, por ejemplo, el público es más sobrio, más contenido, a pesar de que el disfrute es el mismo.
Arriba del escenario, en tanto, el placer lo ha encontrado en la parte musical e instrumental más que en la actoral, en razón de que tocar y cantar constituye su gran pasión.
-¿Qué tan importante es el humor?
-Sumamente importante. No me imagino una vida sin humor, porque es una descarga saludable, que le brinda equili- brio a las personas y a sus emociones. Y hay mucho placer, por supuesto, en divertirse y reírse.
Ciudadano ilustre
En su paso por Bahía Blanca, Maronna también fue distinguido como Ciudadano Ilustre por el Concejo Deli- berante. Es que si bien se fue con apenas 16 años, la ciudad representó para él una gran influencia para convertirse en músico.
“Bahía influyó básicamente en mi formación en dos cosas: estudiar guitarra con el maestro Vito Stigliano, y cantar en el Coro Popular Universitario, dirigido por José Luis Ramírez Urtasun, en el que estuve solo un año, pero significó un aprendizaje muy importante”, subraya.
El artista cuenta que en los últimos tiempos visitó su ciudad natal cada dos años, aprovechando las presentaciones de Les Luthiers. Y en cada viaje encontró a Bahía Blanca muy distinta respecto de aquella que marcó su infancia y su adolescencia.
“Obviamente era muy diferente, porque el tamaño era la mitad del de hoy, había poco tránsito, repartidores a caballo, no tenía semáforos... Esos hechos me marcaron de tal manera que para mí Bahía es esa, la ciudad de antes. Hoy los cambios que percibo no me convencen demasiado, porque no veo que esté más linda, pero puede ser por la influencia de mi infancia”, se sincera.
Más allá de lo artístico, Maronna tiene otro vínculo con la ciudad, ya que su tío Víctor Roque fue uno de los pioneros de la fundación de la Cooperativa Obrera. Y si bien no tiene contacto con la entidad, reconoce que lleva en sus raíces el modelo cooperativo.
“En nuestros comienzos con Les Luthiers estuvimos muy cerca de esa ideología. Formamos una organización igualitaria, democrática, con igualdad de voz y voto para los cuatro que éramos al principio. Y una remuneración equitativa a pesar de tener capacidades y responsabilidades muy diferentes. La idea fue poner siempre al grupo por delante de los individuos”, destaca.
-¿Considera que los valores cooperativos son importantes?
-Verdaderamente importantes para un funcionamiento grupal, claro que sí.
Nada es eterno
Tras muchos años de una carrera “muy grata y feliz”, reconoce que para el grupo fue muy difícil tomar la decisión de no continuar.
“Uno tiende a pensar que todo es eterno y que nada va a cambiar. Pero el momento del adiós ha llegado a estas edades un poco mayores y hay que saber que, aunque esté sano, el cuerpo ya no es el mismo y que la vida que a veces tenemos que llevar no es la más conveniente. Así que, si bien no estamos muertos de ganas por terminar, fue una especie de necesidad”, afirma.
En tal sentido, admite que le resulta impensada su vida sin Les Luthiers, grupo del que con tan solo 19 años fue miembro fundador, logrando sostener durante más de cinco décadas una actividad artística intensa y llena de emociones.
-¿Cuál es el mejor recuerdo que se lleva?
-Es difícil elegir uno, porque hay tantos buenos que nos han ocurrido... Pero diría que, a pesar de ser un lugar muy común, el reconocimiento de la gente. Eso es algo impagable. Saber que el público nos quiere, que sabe todo de nosotros, de nuestra obra y que nos agradece el trabajo, algo que no es muy habitual, para mí no tiene precio.