Declaraba como Patrimonio Histórico Cultural de la Provincia de Catamarca, La Ruta del Adobe, o simplemente La Ruta como la llaman los tinogasteños, atraviesa poblados y pueblitos de una antigüedad mayor a los 300 años, configurando un paisaje en el que es posible llegar a entender la relación milenaria entre la tierra y el hombre.
Este trayecto de casi 50 kilómetros incluye desde viejas casas y construcciones a un sinnúmero de iglesias y edificios construidos con el mismo material y la misma técnica: el adobe.
En particular, hay siete lugares emblemáticos que bien merecen una visita:
Casagrande, Hotel de Adobe Tinogasta (1897); Centro Cultural, Tinogasta; Oratorio de los Orquera, El Puesto (1710); Mayorazgo (1687) y capilla (1712) en Anillaco; Ruinas de Watungasta, Anillaco (siglos XI al XV); Iglesia Nuestra Señora de Andacollo, La Falda (1800) e Iglesia de San Pedro y Comandancia de Armas, Fiambalá (1770).
Precisamente las iglesias de adobe son las construcciones que más llaman la atención, a partir de sus cúpulas redondeadas, sus formas y líneas, sus arcos y sobre todo su color, marrón terracota.
Mezcla de arcilla, pasto o paja, tierra y agua, simple y duradera, el adobe es uno de los materiales más nobles que tuvo el hombre desde su remoto pasado para construir sus viviendas.
Aunque asociado a la pobreza o a lo precario, sus beneficios son múltiples. Por ejemplo, las temperaturas exteriores, tanto bajas como elevadas, tardan en entrar más de 4 horas cuando las paredes son de adobe.
Reciclable y económico, también sirve para equilibrar la humedad, a lo que se suman otras ventajas, como su simple y rápida maniobrabilidad que permite crear formas arquitectónicas que no pueden lograrse con otros materiales.
Teniendo en cuenta el aspecto ecológico, el adobe no tiene impacto negativo para el medio ambiente, a diferencia de otros materiales que basan su existencia en la deforestación (la madera) o en la explotación minera (piedras y lajas).