El 19 de septiembre pasado, exactamente a las 14.13 horas, en el paraje Cabeza de Vaca cercano a la localidad de El Paraíso, en la isla española de La Palma, dio comienzo a una erupción volcánica que por su magnitud está causando preocupación mundial.
Lo suscitado cobró tal dimensión que en los primeros días de octubre pasado, una nueva colada del volcán sepultó los últimos edificios que quedaban en pie de la localidad de Todoque, la más poblada de la zona.
Por entonces, tras tres semanas de erupción, la lava había afectado a 525 hectáreas y a más de 1200 construcciones y, si bien no se habían producido víctimas personales, son numerosos los daños provocados en infraestructuras, edificaciones, vehículos, agricultura y medio ambiente.
Ante lo acontecido, cabe preguntarse qué sucede en esta parte del mundo, en el que la Cordillera de los Andes representa una de las regiones de mayor actividad tectónica del planeta, evidenciada a través de sismos y erupciones volcánicas.
De acuerdo con un ránking de riesgo relativo elaborado por el Servicio Geológico Minero Argentino (Segemar) en la Argentina y su límite internacional con Chile existen al menos 38 volcanes considerados activos.
Entre los más peligrosos se encuentran los volcanes Copahue y Lanín, en la provincia del Neuquén y el Complejo Volcánico Laguna del Maule en el límite entre la provincia neuquina y Mendoza, además del Complejo Volcánico Planchón Peteroa y los volcanes Maipo, Tupungatito y San José, situados en territorio mendocino.
Vigilancia volcánica
Monitorear o vigilar un volcán implica estar atento a las señales que produce, analizarlas para conocer su comportamiento y tratar de pronosticar la ocurrencia de una erupción con la mayor certeza posible.
El monitoreo se realiza mediante la instalación de equipamiento específico sobre el volcán y también utilizando algunos sensores alejados o remotos. Esto, a través de diversos métodos visuales e instrumentales, permite la observación continua y permanente de los distintos parámetros que caracterizan la dinámica interna del volcán.
Los citados parámetros se analizan a lo largo del tiempo con la finalidad de detectar oportunamente cambios en la actividad volcánica y, de ser posible, anticipar alguna condición anómala precursora de un proceso eruptivo.
Entre los tipos de monitoreo y vigilancia comúnmente utilizados en un volcán se encuentran la vigilancia visual y los monitoreos sísmico, geodésico, geoquímico y térmico.
El Observatorio Argentino de Vigilancia Volcánica (OAVV) es un área especializada del Segemar que tiene como objetivo el estudio y monitoreo de los volcanes cuya actividad pueda afectar nuestro territorio.
Entre sus funciones se encuentra el generar alertas tempranas que den aviso a las autoridades de Protección Civil y a la población, a fin de mitigar el riesgo volcánico en suelo argentino.