William Shakespeare, en su obra “Como gustes”, desglosó la vida en 7 etapas y las describió. Un siglo después, la ciencia está estudiando esas mismas etapas en la vida de una persona en relación a su alimentación y el cambio que implicaría para el organismo.
El objetivo se centra en que conociendo mejor esas fases nos ayudaría a encontrar nuevas formas de afrontar los inconvenientes motivados por una alimentación deficiente y el exceso de consumo y, en particular, los consiguientes efectos sobre la salud.
De los 0 a los 10 años
Los hábitos alimentarios adquiridos en las primeras etapas de la vida pueden arrastrarse a la edad adulta. Por tal razón, poner en práctica una estrategia que favorezca la degustación y el aprendizaje puede ayudar a los niños a conocer alimentos a los que no están acostumbrados, pero que son muy importantes, como las verduras.
De los 10 a los 20 años
La relación que los adolescentes mantienen con la comida determinará sus estilos de vida en los años posteriores. Por esa razón, si no reciben orientación pueden adoptar comportamientos alimenticios y preferen-cias de consumo que normalmente se asocian con consecuencias poco saludables.
De los 20 a los 30 años
En la edad adulta joven se producen cambios en el estilo de vida que pueden causar un aumento de peso, como por ejemplo asistir a la universidad, casarse o vivir en pareja, y tener hijos.
Una vez acumulada, la grasa corporal a menudo resulta difícil de perder. Cuando consumimos menos de lo que necesitamos el cuerpo envía fuertes señales de apetito para comer, pero para evitar que comamos en exceso son más débiles, lo que puede traducirse en un círculo de consumo excesivo.
De los 30 a los 40 años
La vida laboral en la edad adulta plantea otras dificultades debidas generalmente al estrés, que según se ha demostrado ocasiona cambios en el apetito y los hábitos alimentarios en el 80% de la población.
Estructurar el entorno de trabajo para reducir los hábitos alimentarios problemáticos es un reto que debe afrontarse.
De los 40 a los 50 años
Por lo general estamos muy poco dispuestos a cambiar nuestros hábitos, aunque sepamos que hacerlo redunda en nuestro propio beneficio.
Sin embargo, es en esta etapa cuando los adultos deben extremar recaudos y modificar su comportamiento en función de las necesidades de salud, especialmente si se tiene en cuenta que los síntomas de algunas enfermedades son invisibles, como por ejemplo la hipertensión arterial o el alto nivel de colesterol.
De los 50 a los 60 años
En esta franja etaria comienza la pérdida progresiva de masa muscular, que se sitúa entre el 0,5% y el 1% anual a partir de los 50, y continúa de manera constante a medida que avanzamos en edad.
Este fenómeno se denomina sarcopenia y para reducir sus efectos resulta fundamental mantener una dieta saludable y variada y practicar actividad física.
De los 60 a los 70 años y más
Nuestra alimentación no constituye un mero combustible, sino una experiencia social y cultural que es motivo de disfrute. Esto debe respetarse en cada etapa de la vida, más aun en la vejez, que ya de por sí conlleva falta de apetito y de hambre, lo que da lugar a una pérdida de peso involuntaria y una mayor fragilidad.