Portador de un apellido marcado a fuego en el automovilismo nacional, Enrique Benamo habla hoy, a los 67 años, con la misma pasión que trasuntaba cuando se subía a un monoposto para medirse de igual a igual con los mejores exponentes argentinos e internacionales.
Hijo de Manuel, referente indiscutido en categorías como Midget y Fuerza Limitada, y padre de Lucas, campeón argentino de Fórmula Renault en 2005 y piloto de Top Race y TC2000, Enrique fue subcampeón nacional en la Fórmula 2 antes de dar el gran salto al Viejo Mundo para competir a principios de los 80 en las Fórmula 3 Británica y Europea.
“Mi padre fue mi mentor, dejando una huella en el automovilismo que decidí seguir. Esa llama interna que se siente pero no se puede explicar nació en el taller que había en el fondo de mi casa, donde se construía el auto de carrera. Tengo grabado en la memoria el hecho de sentarme en el coche, tocar la palanca de cambios y percibir el olor a aluminio”, señala.
El apoyo financiero de Manuel resultó vital para que Enrique se volcara a competir y desandar un camino que se inició a los 17 años, cuando ganó su primera carrera.
“Pertenezco a una generación en la que la tecnología no había incursionado de manera tan decisiva en la actividad, por lo que la influencia del piloto y su sensibilidad para manejar, obviamente con un equipo atrás que lo respaldara, eran decisivas para obtener resultados. Hoy los pilotos cuentan con muchísima información y saben perfectamente cómo están transitando cada sector del circuito y en qué pueden mejorar”, subraya.
Respecto de su formación reconoce que haberse relacionado con el reconocido preparador y constructor Oreste Berta le dio la posibilidad de competir en un equipo profesional y de adquirir conocimientos que le sirvieron para encarar distintos aspectos de su vida.
“A través de su gran capacidad, con él aprendí a trabajar de manera metodológica, con disciplina y sin margen para la improvisación. Por otra parte, tuve la suerte de poder medirme con rivales experimentados y calificados, que me exigieron al máximo para poder estar a la par de ellos e incluso ganarles. Fui amigo de Luis Di Palma y llegué a correr en su equipo, por lo que puedo decir sin dudar que en el automovilismo cumplí todos mis sueños”, resalta.
De su paso por Europa destaca la buena relación que supo forjar con el afamado Ron Tauranac, “un diseñador increíble que formó a los mejores proyectistas de autos de fórmula, y a quien le adquirí el chasis que me permitió medirme de igual con los mejores pilotos de aquella época. En mi última carrera, en Monza, quedé en la clasificación adelante del austríaco Gerard Berger, quien después fue compañero de equipo de Ayrton Senna, al que llegué a conocer cuando corría en la Fórmula Ford. Eso me dio la pauta que, de haber contado con los medios, podría haber llegado a la F-1”.
La falta del indispensable apoyo económico lo privó de dar el gran salto a la máxima categoría del automovilismo mundial. “Siempre estuvimos muy justos con el dinero y eso no me permitió poder planificar los pasos a seguir. En Europa estuve dos años y medio, y solo pude participar en 14 carreras. Para un piloto ese aspecto representa una mochila muy grande, porque no pude enfocarme ciento por ciento en el aspecto puramente competitivo”, admite.
Capacitar e instruir
Los sinsabores experimentados lo llevaron a pegar la vuelta y a comenzar a tomar distancia de las pistas. “Cuando volví de Europa puse un negocio, pero como todas las cosas que se hacen sin pasión, tenía un grado de infelicidad muy grande. Fue entonces cuando un amigo me impulsó a arrancar con la academia de conductores y, a partir del accidente vial que le costó la vida a mi ex mujer, experimenté en carne propia las secuelas familiares que depara perder un ser querido de manera repentina”, subraya.
El conocimiento adquirido como capacitador e instructor de manejo le posibilitó iniciar junto al abogado Juan Garza y al psicólogo Juan Manuel Prat, “Manejo para la vida”, “un proyecto de educación vial en el que trato de volcar toda la experiencia recogida a lo largo de tantos años en el automovilismo”.
“Conformamos un equipo de trabajo abocado fundamentalmente a llegar a los colegios, en procura de prevenir los siniestros viales a través de la enseñanza de técnicas esenciales que sirvan para conducir en cualquier tipo de vehículo y circunstancias”, explica.
Benamo recalca además que, más allá de las técnicas de conducción segura y preventiva, “Manejo para la vida” también está basado en el sentido holístico de la vida, gestionando las emociones y teniendo en cuenta la influencia del estado de ánimo a la hora de interactuar socialmente con los demás.
“La siniestralidad vial es un fenómeno multifactorial que puede darse por la imprudencia de los conductores, el mal estado de las vías de tránsito, la distracción de quienes van al volante y la falta de conocimiento sobre la conducción segura, o bien, por una combinación de todo esto”, sostiene.
A su criterio, nuestro país adolece de una política de educación vial. “Solo con la intervención conjunta de organismos competentes, organizaciones de la sociedad civil y medios de comunicación se podrá concientizar a la sociedad en materia de prevención de siniestros”.
“Tengo la esperanza que algún gobierno revierta la situación, convocando a gente capacitada, con la experiencia y el conocimiento necesario para instrumentar lo que hace falta. En la actualidad, muchos jóvenes aprenden por lo que ven y por eso conducen como pueden y no como se debe. Eso se percibe diariamente en nuestras calles, porque los argentinos conducimos como vivimos”, resalta.
“¿Qué consejos podría brindarle a alguien que pretende aprender a conducir? Respetar a rajatabla las normas de tránsito, no tensionarse, adoptar una posición correcta de los brazos con el volante y darle prioridad al tiempo de reacción y respuesta que tiene que tener un conductor para optimizar la frenada”.
Alarmantes estadísticas
De acuerdo con datos difundidos por la Agencia Nacional de Seguridad Vial, durante el año pasado 4.369 personas murieron en 3.642 siniestros viales ocurridos en todo el territorio de la Argentina, un 4% menos que en 2022, cuando fallecieron 4567 personas.
El estudio, del que se desprende que 12 personas murieron por día en 2023 en tales circunstancias, señala además que la mayor cantidad de víctimas se registró en contextos de ruta (46%), mientras que un 25% ocurrieron en la calle. El 12% de los registros corresponden a fallecimientos en avenidas, en tanto que un 3% ocurrieron en autopistas. El 53% de los siniestros corresponden a colisiones, un 12% a vuelcos y un 11% al atropello de un peatón.
El informe señala que las principales víctimas de siniestros viales fueron los motociclistas, siendo el 40% del total. El 25% corresponde a automovilistas, un 10% fueron peatones, 7% camionetas y 4% bicicletas.
La provincia con mayor cantidad de víctimas es Buenos Aires, dada también a su proporción de habitantes respecto del resto del país. En regiones como en el NOA y en el NEA, la mortalidad de los motociclistas aumenta al 58% y 59% del total de las víctimas, respectivamente.