La caries es una enfermedad infecciosa, crónica y no transmisible. Se produce cuando los microorganismos cariogénicos presentes en la superficie de los dientes o retenidos en sus fosas y fisuras metabolizan los azúcares libres de los alimentos y bebidas, convirtiéndolos en ácidos que debilitan la dentición y que, con el tiempo, perjudican los dientes.
En su aparición intervienen diversos factores, como una higiene bucal deficiente, el abuso de alimentos con alto contenido en azúcares y la producción insuficiente de saliva, aunque también incideen factores genéticos, así como la falta de cuidados y prevención bucodental.
La caries se manifiesta de forma progresiva, comenzando con la erosión en el esmalte (la superficie externa del diente), atacando luego a la dentina y eventualmente llegando al nervio del diente e, incluso, a encías y hueso.
Cuando la lesión de caries es incipiente y afecta solamente al esmalte, aún puede detenerse. En cambio, cuando la lesión sobrepasa el límite entre el esmalte y la dentina resulta mucho más difícil frenar su avance, por lo que no queda otra alternativa que llevar a cabo un tratamiento específico según la gravedad (empaste, endodoncia, corona o extracción).
En las primeras etapas, cuando aún son reversibles y prevenibles, las caries no producen síntomas, ni duelen ni molestan al tomar bebidas y alimentos fríos, y apenas manchan el diente. Son casi imperceptibles a primera vista y solo detectables por el odontólogo durante la exploración y las radiografías que se realzan en la consulta dental. De ahí la importancia de realizar controles periódicos.
Una vez localizada la caries, lo fundamental para revertirla y así impedir que el daño bacteriano avance hasta destruir el esmalte de los dientes, es frenar la desmineralización y favorecer la remineralización.