El pasado 12 de diciembre se conmemoró el Día Mundial de la Disfagia, una fecha cuyo objetivo se centra en dar a conocer este trastorno que consiste en la dificultad de tragar comida y sustancias líquidas en forma natural, y que afecta a entre el 8 y 12% de la población de todo el planeta.
La importancia de la jornada también radica en la oportunidad de incrementar la concientización sobre el impacto que la afección tiene en la calidad de vida de los pacientes, así como los métodos existentes para su detección y tratamiento oportunos.
Entre los síntomas de alerta de la disfagia, se señalan dificultades notables en la gestión de la saliva, con episodios de babeo, problemas respiratorios como el ahogo o la tos antes, durante o después de la ingestión de alimentos, así como problemas para masticar y manejar la comida en la boca. El reconocimiento temprano de estos signos es esencial para la prevención de complicaciones mayores.
La desnutrición, deshidratación o neumonía por broncoaspiración resultan los principales riesgos asociados y su incidencia es más grande en adultos mayores o personas con patologías neurológicas.
La disfagia puede reducir a la mitad la ingesta de proteínas y un 30% la de calorías, por lo que es factible que se desencadene en la malnutrición, con potenciales consecuencias en la rehabilitación y en la autonomía por pérdida de fuerza y masa muscular.

Acerca de las causas, la afección puede deberse a diversos motivos. Uno de ellos es la llamada acalasia, que provoca que el esfínter no logre relajarse y no deja que los alimentos lleguen al estómago y que, en su lugar, suban de nuevo a la garganta.

Otra de las razones se presenta cuando el esófago, por falta de coordinación, se contrae varias veces de manera involuntaria. Por otra parte, la presencia de algún tipo de tumoración en esta región también puede provocar la disfagia.