Si bien no todos los padres han tenido progenitores que les hayan expresado sus emociones ni ayudado a reconocer y poner nombre a las suyas, nunca es tarde para intentar hacerlo con sus hijos, estableciendo un vínculo de confianza mutua.
Un buen momento para la interacción puede ser ser la salida del colegio o el reencuentro a la hora de volver del trabajo. Si se logra que los hijos cuenten cómo ha sido su día, es factible entrenar el reconocimiento de sus emociones y enriquecer su vocabulario emocional.
De todas maneras, el ejemplo familiar representa el arma más poderosa y en la medida en que se hable con naturalidad de cómo se atravesaron las diferentes situaciones vividas en el día a día con las distintas relaciones, será más factible que los hijos cuenten qué les ocurre y cómo se sienten.
Sentimos sensaciones incluso desde antes de nacer, pero no todos lo hacemos igual. Con pocos meses de edad, los pequeños ya comienzan a notar a diario los sentimientos, por lo que verbalizar en voz alta con ellos es un punto de partida importante para desarrollar su empatía, ya que si no son conscientes de sus propias emociones será más difícil que reconozcan las de los demás.
Por otra parte, se puede enseñar al menor a expresar sus emociones y necesidades de una manera respetuosa hacia sí mismo y hacia los demás, por ejemplo, mostrándole cuál es la conducta errónea, qué impacto emocional tiene en otros y cómo puede mejorarla.
Finalmente, el primer paso para enseñar a un niño a superar una frustración es ayudarle a identificar en qué situaciones la siente, naturalizar el sentimiento y ayudarle a expresar lo que le hace sentirse así, tomando conciencia de qué reacción está teniendo y si le ayuda o no a alcanzar sus objetivos.