Así como la infancia es una etapa de felicidad, en la que no se tiene conciencia de la existencia de problemas, el final de la adolescencia produce un cambio de mentalidad y una toma de conciencia sobre las responsabilidades que hay que tomar.
Y si bien cada persona empieza a orientar su vida hacia una determinada dirección, algunos individuos se niegan a superar esta etapa y se resisten a crecer y afrontar responsabilidades propias de la vida adulta.
Este último aspecto comprende al denominado síndrome de Peter Pan, al que podría definirse como un conjunto de rasgos personales que caracterizan a personas que presentan un desfase patológico entre su edad cronológica y su edad emocional.
Los adultos que padecen este trastorno crean, especialmente entre sus familiares, un alto grado de confusión porque a primera vista aparentan estar seguros de sí mismos e incluso pueden parecer personas arrogantes, aunque son indecisos e inseguros, camuflando estas particularidades con una máscara de seguridad y alegría ficticias.
Por lo general, son individuos que no están dispuestos a renunciar a nada de lo que tienen ni a poner un sobre esfuerzo de su parte para conseguir nuevas metas y objetivos. No conseguirlo les genera una frustración continua e importantes problemas de autoestima.
Asimismo, suelen culpar a los demás de todo cuanto sucede en su vida, incluso de situaciones provocadas por su inmadurez. Por otra parte, no se sienten parte del problema o dificultad, y ni siquiera son capaces de creer que puedan tener algo que ver con la evolución de los problemas.
Enfrentarse a esta problemática no resulta fácil cuando no se reconoce su existencia, tal vez la principal característica en quienes padecen este síndrome de inmadurez emocional.
En razón de que las conductas ejercidas durante muchos años no se modifican fácilmente, algunos entendidos en la materia sostienen la necesidad de realizar terapia psicológica a la hora de buscar soluciones, aconsejando la conveniencia de comenzar con una terapia de pareja o familiar, para evitar el error de considerar que el problema se encuentra sólo en uno de los integrantes de la familia o la pareja, cuando en muchos casos los demás favorecen, sin darse cuenta, conductas de este tipo.