En algún momento de la vida todos, en mayor o menor medida, tenemos la necesidad de estar solos, aunque sea durante unos minutos, sintiendo esa sensación de conexión interior y sabiendo aprender al ritmo del propio ser.
Es que con el solo hecho de salir a dar un paseo, pararse a contemplar el mar o simplemente sentarse solitario en un rincón de la casa es posible disfrutar de la intimidad, valorar el silencio y, con el tiempo, quizás hasta desarrollar la capacidad de ejercitar la vista, atender a los sonidos y, algo más hermoso todavía, escucharse a uno mismo.
Sentir placer por pasar un tiempo sin compañía o tomarse días para estar en soledad significa estar en buena sintonía con uno mismo y hasta aprender a quererse, a partir de saber cuidarse y respetarse.
Las personas que buscan esos momentos de reflexión, que dedican tiempo a estar con ellas mismas, están comprometidas con su autodescubrimiento y cuidan su interior, lo cual indica además que tienen una buena autoestima.
Los momentos de soledad elegida son recomendables, en razón de que representan una forma maravillosa de fomentar el bienestar emocional creando estados positivos y constructivos.
Si bien para algunas personas la soledad es sinónimo de ausencia, tristeza y dolor, muchas veces sucede que asocian la palabra a un sentimiento que, obviamente, no han elegido.
En este contexto, resulta importante realizar una distinción: no es lo mismo estar solo que sentirse solo. Hay personas que pueden estar solas sin sentirlo, mientras que otras, en cambio, se sienten solas incluso cuando están rodeadas de mucha gente.

Estar solo en un lugar en un momento dado y durante un tiempo limitado constituye una elección muy buena para encontrarse con uno mismo y disfrutar del placer de la propia compañía.